Desplazamiento, confinamiento y violencia en El Salvador

En las comunidades en las que las brigadas médicas de MSF intervienen (tanto en San Salvador como en Soyapango), los equipos se encuentran con muchos casos relacionados por violencia en el seno de la propia familia y violencia sexual.

Victoria trabaja en San Salvador. Entre el 2015 y el 2018, este país se posicionó como la nación más violenta del llamado Triángulo Norte de Centroamérica, una subregión que cuenta con altas tasas homicidas a nivel mundial. El conflicto entre pandillas o maras y entre éstas con fuerzas de seguridad del Estado es la principal causa del fenómeno de violencia. Las brigadas de Médicos Sin Fronteras (MSF) entran en los barrios gracias a la relación de confianza establecida con la comunidad y ofrecen servicios médicos básicos, atención a salud mental y disponen asimismo de ambulancias para referencias hospitalarias.

En las comunidades en las que las brigadas médicas de MSF intervienen (tanto en San Salvador como en Soyapango) los equipos se encuentran con muchos casos relacionados por violencia en el seno de la propia familia y violencia sexual.

El trabajo social que MSF realiza pretende mejorar el acceso a la salud de los ciudadanos. Para Victoria, la falta de guías claras por parte del Estado para asuntos como la salud mental o los desplazamientos forzados por la violencia son uno de los retos a los que se enfrenta: así, por ejemplo, en el caso de violencia sexual, se prioriza la denuncia policial frente a un enfoque de salud.

La trabajadora social considera que el desplazamiento interno forzado es uno de los problemas más complejos en los que trabajar, “dado que en muchas ocasiones estamos hablando de comunidades enteras, de familias, no de un solo individuo”. Del tiempo que lleva trabajando en MSF, que reabrió sus puertas en El Salvador hace poco más de un año, Victoria rememora especialmente uno, de confinamiento de un joven al que se le había prohibido salir de su colonia. “La realidad en estas comunidades es que una calle o una cuadra divide los territorios de las pandillas y la población debe adaptarse a ello. La situación, cuenta, llevó al joven a pensar en involucrarse en grupos de pandillas para tener protección.  Son chicos que no pasan de los 18 años. La vida se les arruina, prácticamente”, señala.

Poco a poco, el papel médico de una organización neutral, independiente e imparcial como MSF, se va entendiendo más. “Algunas personas pensaban que al acercarse a MSF, se va a hacer una denuncia policial o judicial. Pero les explicamos que eso no lo hacemos nosotros”. Victoria se refiere especialmente a menores y adolescentes embarazadas en algunos casos parejas de pandilleros y casos de violencia sexual. Las violaciones en El Salvador deben ser denunciadas obligatoriamente a la policía. Son muchos los casos en los que las agredidas no quieren proceder a la denuncia y por ello evitan acudir a centros de salud, por tanto no reciben tratamiento adecuado.

MSF considera la agresión sexual como una emergencia médica primordialmente y su objetivo principal es que la persona agredida sea atendida de sus heridas y protegida frente a enfermedades de transmisión sexual o embarazos no deseados. “Es cuestión de, poco a poco, ir superando las barreras; ir aclarando a los habitantes que el interés del personal de salud no es investigar ni ir a denunciar, sino brindar atención”, añade la trabajadora social.

Los casos de violencia sexual infantil también han marcado a Victoria quien asegura que, “afecta muchísimo conocer estos casos de violencia. Sobre todo, cuando la persona está adulta pero el abuso ocurrió en su niñez, cuando era una persona indefensa completamente”.  

Uno de estos casos se presentó recientemente en una de las visitas de la brigada médica en Montserrat,  uno de los barrios en los que MSF trabaja.

“Repetidas historias de agresiones a menores, nuevos ciclos de violencia”

La historia de abusos de Magdalena inició durante su niñez, pero nadie le puso atención. A sus cuatro años, la tía a cargo la dejaba sola para ir a fiestas. Entonces, el joven primo de su madre aprovechaba para tocarla. “Nunca le dije a mi mamá. Sólo una vez, que recuerdo que me dolía mucho mi parte, le dije a mi mamá que yo no aguantaba, que me dolía. Mi mamá me revisó y sólo me dijo que tenía rosado. No recuerdo nada más”, narra.

Años más tarde, ella y su familia se mudaron a la casa de otra tía. La maltrataba y le hizo creer que era una inútil, buena para nada. Creció con esas ideas. “A veces sentía que no valía, me sentía inferior a las demás personas y, del abuso que sufrí más pequeña, sí le tenía mucho miedo a los hombres”, cuenta. Se marchó de su casa, joven, pero el maltrato se fue con ella. “Cuando me fui a vivir con mi novio, sufrí la misma violencia. Él me pegaba, me daba con el cincho, me dejaba marcas en las piernas… Había violencia psicológica y física. Me decía que no servía, que no hacía bien las cosas. También quiso tener relaciones sexuales sin consentimiento. Por eso me fui”, explica Magdalena, que se desespera al conocer repetidas historias de agresiones a menores, nuevos ciclos de violencia que se generan.

“Cuando oigo niñas llorar, siento mucha impotencia y quisiera tratar de ayudarlas, pero no puedo”. Un ejemplo: una vecina y ella supieron del abuso que sufría una niña a manos de su padrastro. Cuando la vecina quiso hacer algo por la nena, resultó amenazada y tuvo que huir de la comunidad.  “Se siente una impotencia de las cosas que pasan y creer que no se puede hacer nada…”. En El Salvador, la violencia sexual es, en su mayoría, contra las mujeres. Entre 2015 y 2017, diariamente 13 mujeres fueron víctimas de alguna forma de violencia sexual. MSF tomó la decisión de brindar atención en salud mental a víctimas de violencia sexual y, sobre todo, de llegar a las comunidades con mayor índice de violencia o donde acceso a la salud se dificulta debido a la situación de fronteras invisibles por división de territorios de pandillas.